sábado, 31 de marzo de 2012

SANTO , SANTO , SANTO..ADORACION A LOS MUERTOS..?

¿Quién está sentado en la silla de san Pedro?», hemos documentado la manera como la Iglesia católica, , se desarrolló partiendo del paganismo hasta convertirse en una religión de culto y poder, que abusa del nombre de Jesús, el Cristo, para engañar a la gente. Hemos visto así cómo el culto católico, anclado totalmente en la tradición del paganismo, es lo contrario de lo que enseñó y enseña Jesús, el Cristo.
Esta vez queremos ocuparnos de la pregunta de qué se esconde detrás del concepto de «santo». El ingenuo ciudadano medio asocia la palabra «santo» con cualidades positivas como puro, noble, altruista; tal vez piensa incluso en Dios, puesto que de acuerdo con la enseñanza de Jesús, el Cristo, sólo existe uno que es santo, y este es Dios, el Padre celestial.
La palabra «santo» vive en estos tiempos en el culto católico una verdadera inflación. Allí a muchas personas se las asciende a la calidad de santos después de su muerte. ¿Qué requisitos han de cumplirse para que una persona sea hecha «santa» en el sentido del culto pagano católico? ¿De qué índole deben ser las personas a las que se declara «santas»? ¿Y qué caracteriza a las personas que creen en los «santos»?
Estos son sólo algunos aspectos sobre los que hoy los cristianos originarios quieren informar en su mesa redonda en relación con el término de «santo».

¡SI sólo Dios es santo! 

¿Por qué se canoniza a muertos, y no a los que están vivos? 

 Según la enseñanza de Jesús, el Cristo, hay sólo un santo, el Padre celestial. Si la silla de san Pedro está produciendo constantemente nuevos «santos», o bien califica de «santo» al que está sentado en ella, ¿no significa esto difamar, burlarse y escarnecer con ello abiertamente y de forma pública al gran Espíritu, al Padre celestial, Dios? La respuesta a ello es sencilla: puesto que los que pertenecen a la silla de san Pedro son expertos en las escrituras, se puede partir de la base de que la silla de san Pedro de esta manera calumnia conscientemente a Dios.
Los profetas del Antiguo Testamento sabían acerca de la santidad de Dios, del Uno universal; el vidente de Patmos, el autor del último libro de la Biblia, la «revelación de Juan», cita al gran profeta Moisés en «el cántico de Moisés»: «¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso!... Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti». (Apocalipsis 15, 3 y 4). 
Así lo han enseñado siempre los profetas, y así lo enseñó también Jesús: únicamente Dios es santo. La silla de san Pedro por el contrario niega esto, declarando a personas como «santas». A uno le resulta bastante paradójico cuando hoy en día escucha en una misa católica cómo durante la profesión de la fe se alaba a la «comunidad de los santos» y en cada esquina del interior de la iglesia se ve la figura de un santo. Y por otro lado se escucha en una canción, que es parte de la Misa alemana de Franz Schubert: «Santo, santo, santo – santo sólo es Él.»
Las palabras de Jesús en Mateo 23, 9 lo dicen muy claramente: «Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre, el del cielo.» La Iglesia, sin embargo, declara que el Papa es el «Santo padre». Por lo tanto, la silla de san Pedro calumnia a Jesús, el Cristo. Y lo hace de manera especialmente persistente en tanto incluso obliga a sus creyentes a creer en la existencia de los llamados «santos» que son nombrados por la Iglesia. En los documentos de la Iglesia se establece claramente: «Quien no crea en estos santos y no venere sus reliquias, «que sea excluido».
En el libro de enseñanza de la Iglesia católica de Neuner-Roos titulado «La fe de la Iglesia en los documentos de la proclamación de la fe», en el dogma n° 474, se lee: «De forma impía piensan, no obstante, los que niegan que se deba invocar a los santos en la eterna gloria del cielo...»
Esto no sólo es lo contrario de lo que enseñó Jesús de Nazaret, sino también lo contrario de lo que hicieron los primeros cristianos, de cómo vivían. Ellos no veneraban a ningún santo; ni siquiera conocían esto. Ellos sabían que cada persona es un templo del Espíritu Santo, que toda persona debe aspirar a la perfección, y que Dios asiste a cada persona que Le pide ayuda en este camino hacia el interior. Esto significa que no se necesita la mediación de sacerdotes, tampoco de «santos», sino que uno se puede unir directamente con Dios, con Cristo, en el interior de sí mismo. Ésta era la enseñanza de los primeros cristianos y también su vida: El hombre es el templo de Dios, y Dios vive en el hombre, en lo profundo de su alma.
Hay algo que da que pensar: ¿por qué se canoniza a los muertos y no a los vivos? ¿Por qué ha de morir primero el cuerpo antes de que el hombre sea después hecho santo? ¿Debe acaso el pueblo no darse cuenta de que el elegido no era en realidad tan santo? Pues en el caso de un muerto se pueden difundir toda clase de historias posibles, muchas leyendas que engañan a otras personas, haciéndoles creer que aquél vivió «como un santo». A través del trato con la persona viva, en determinadas circunstancias se podría originar muy rápidamente una imagen totalmente distinta. Aparte de ello, la veneración de los muertos puede estar fundamentada también en el hecho de que en muchos cultos paganos, p. ej. en el antiguo Egipto, se cultivó el culto a los muertos. Al fin y al cabo el culto a los santos es una continuación de aquel culto a los muertos.

Los dioses del paganismo, ahora convertidos en católicos y con nuevos nombres, fueron hechos «santos», con sus diferentes y respectivos ámbitos de competencia.

n la Iglesia católica se encuentran también paralelismos con las concepciones religiosas de Babilonia. Los babilonios tenían unos 5.000 dioses y diosas, y al igual que los católicos creen de los santos, así también los babilonios creían que en el pasado sus dioses fueron héroes que vivieron en la Tierra, pero que ahora estaban en un plano existencial más elevado. Cada mes y cada día del mes se encontraba bajo la protección de una divinidad especial. Para cada problema había una deidad, así como para cada profesión y para cada situación de la vida. Exactamente así lo encontramos también en el catolicismo. Ahora se les llama sencillamente «santos» y no «dioses», pero en realidad se trata de la misma idolatría; incluso se podría hablar de espiritismo, puesto que se invoca y venera a los muertos (en el más amplio sentido puede hablarse sin duda de «idolatrar»).
Los paralelismos con la fe católica son por tanto evidentes. En ésta cada profesión tiene igualmente un santo para sí misma como patrono: hay santos para los pintores, para los abogados, los farmacéuticos, los confesores, los mineros, los destiladores, los libreros, los armeros, incluso para los guardianes de las prisiones, para los cambiadores de monedas, para los jardineros, los ujieres de los juzgados, los enyesadores, los sacerdotes, y no hay que olvidarlo: también para sus amas de casa. Incluso para los pilotos norteamericanos en la guerra, para los buscadores de tesoros y los soldados hay santos competentes. Igualmente para los sucesos más variados –una plaga de hormigas o algo que no se puede solucionar– también se puede invocar a un santo.
Hay también santos que le han de ayudar a uno a saber qué hacer con su propia conciencia y con su propio espíritu librepensador. Existen, por ejemplo, santos contra los librepensadores. Hay un santo contra los remordimientos de conciencia; o sea que si alguien tiene una conciencia, puede rezar a ese santo y éste se la anula de nuevo. Lo interesante es que este santo es Ignacio de Loyola, fundador de la orden de los jesuitas, quien, entre otras cosas, dijo: «Para servir en todo a la verdad, debemos creer que lo que uno considera blanco, es en su lugar negro, si la Iglesia jerárquica lo determina así.»

También hay santos contra el ansia desenfrenada de bailar, para la lotería, o si alguien busca juegos de azar. Para el teléfono y también para Internet, para todo esto se puede invocar a los santos.
Preguntémonos ahora: ¿todos estos denominados santos han realizado milagros en su vida para que acto seguido se les pudiera canonizar? ¿Cuáles son entonces los requisitos para convertirse en «santo?
Existen dos aspectos que deben darse como precedentes de la canonización: por un lado la fama de la santidad y de haber tenido una vida ejemplar, y por otro la fama de haber hecho milagros.
Como ejemplo se cita la historia del obispo Eligio de Noyon, santo patrón de los herradores y orfebres, de los carroceros y de los veterinarios, con la siguiente –dicho en el más amplio sentido de la palabra– «legendaria» historia: Eligio de Noyon, que vivió en el siglo VII, era herrero. Se cuenta de él que a un caballo obstinado, al que había que herrar, simplemente le cortó la pata y después de poner la herradura a la pata, le volvió a colocar ésta al caballo. O sea que se llevó la pata a su taller, le colocó la herradura y cuando de nuevo estuvo afuera volvió a poner la pata al caballo allí donde correspondía. Esto dice la leyenda. Por ello Eligio es venerado ahora como patrón de los herradores.19
Estas leyendas son a menudo tan realmente ridículas que hasta la enciclopedia católica dice también de forma muy sincera que no son cristianas, sino que han sido cristianizadas y se han retomado del paganismo. En parte son leyendas disparatadas e inverosímiles. Pero lo que es mucho peor es que se haya canonizado a muchas personas criminales, y aquí el asunto se vuelve realmente macabro.