sábado, 2 de abril de 2011

MEA CULPA "RIDICULO PAPAL"



 El sistema ideológico católico-romano es mucho más que un sistema administrativo. Sus pretensiones son de tanta magnitud y alcance que se ha constituido en el poder opositor a Dios más grande que ha existido en todos los tiempos. En estos días Roma decidió pedir perdón por los errores pasados. Tenemos todos, con nuestro corazón latiendo a un mismo compás, que evaluar esa pretensión que propone llevar al plano de la mera forma lo que es evidentemente un ardid satánico para otra vez volver —conforme a la profecía de Apocalipsis 13— a vindicar el control absoluto que ha tenido a través de todos los tiempos en materia de religiosidad. Sabe Roma que su negra historia le ha hecho perder solvencia moral y que se estremecen sus cimientos, por lo que pretenden solucionar su desventaja actual con un simple “Mea Culpa”. En su descalabro, producto de esta triste realidad histórica, la única alternativa que tienen es enfrentar esa realidad; y es evidente que desean someterse a la misericordia que el pueblo cristiano mantiene vigente para entonces autoproclamarse reina como se señala en Apocalipsis capítulo 18, versículo 7. Sin embargo, en ese capítulo 18, a partir del versículo 7, lo que el cielo determina es su sentencia. Ha llegado el momento de obedecer a Dios; el pueblo no debe pasar la oportunidad que el gobierno de Dios le ofrece para “Dadle a ella como ella os ha dado, y pagadle doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble. [...] por lo cual en un solo día vendrán sus plagas; muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego; porque poderoso es Dios el Señor que la juzga” (Ap. 18:6, 9).

. He sido levantado para combatir el romanismo, opositor a la verdad de Dios; para combatir el sistema Papal que Dios nunca ha establecido y, sobre todo, para clarificar e iluminar el sendero de la salvación que fue establecido por  Jesús el Cristo, hace ya casi dos mil años. . Tendrán que reconocer que el romanismo jamás podrá engañarme, y que si existe una persona capaz de combatirle con éxito en el campo de la teología, ese soy yo, hijo de Dios y hermano del Señor Jesucristo, quien actúa por derecho legítimo en favor de nuestra casa celeste (entiéndase en el nombre de Jehová de los ejércitos, quien es mi Padre).

Esto es un asunto más bien de espíritu que de forma. Dice la Escritura que Dios busca adoradores que lo hagan en espíritu y en verdad, no en forma o proyección aparente (véase Juan 4:24); dice, además, y cito: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución”. No dice: “Los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús perseguirán”, sino “serán perseguidos”. De manera que el fracaso católico-romano en el decurso de la historia no es meramente un error, sino que constituye una gran señal de satanismo y de distanciamiento entre ellos y el manso Jesús de Nazaret. Mi hermano mayor, Jesús, nunca persiguió, nunca maltrató, y menos pensó en asesinar. La justicia de Jesús siempre fue como las aguas cristalinas y puras de un remanso tranquilo, que a quien toca, llena de paz, de felicidad, de concordia. El profeta Isaías, hablando del verdadero creyente, dice así: “¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar” (Is. 48:18).


El término apostasía significa apartarse de la verdad. La Roma católica se apartó de la verdad y se desligó de Cristo, dedicándose durante todo el transcurso de la historia a combatir a Este en lugar de enaltecerlo. La soberbia y predisposición para imponer sus ideas han sido harto conocidas a lo largo de la historia. Noten qué radicalidad entre las ideas de Cristo y las ideas de Roma. Obsérvese cómo Pablo, hablando en nombre de Jesús, nos exhorta implícitamente para que evaluemos la Palabra personalmente, y llama nobles a los bereanos porque están escudriñando a ver si las cosas eran así (Hch. 17:10-11). Dicho de otro modo, la Biblia, en términos generales, Cristo primero, nos exhorta a que busquemos sus escritos divinos, y aunque al hacerlo recibamos la ayuda de cualquier intérprete, comoquiera que lo mires se considera noble la acción de buscar la verdad; mientras que Roma (y eso es conocido por todos) condenó a los santos (los hombres de fe) por el mero hecho de buscar en la Palabra divina, contrariando así al Altísimo. En la profecía de Daniel, capítulo 8 y versículo 12 se nos dice la causa por la cual el pueblo de Dios fue entregado a la abominación desoladora. Simplemente, el pueblo negó la verdad, se fue en apostasía, y por causa de su gran pecado fueron entregados. Cuando un pueblo o una institución quiere permanecer en relación con su Maestro tiene que seguirle, obedecerle, demostrarle fidelidad en su fe; si no hace esto, Dios lo entrega para que sea cautivado y esclavizado. Prevaricó Roma y destrozó la verdad consecuentemente en toda esta trama de la negra historia católico-romana, y no se puede venir ahora disque a arrepentirse de errores del pasado. El “Mea Culpa” romano, proclamado en vida por el Papa Juan Pablo II, en lo que a mí concierne es una ridiculez diabólica.

Única Alternativa:
La única alternativa para que el romanismo sea perdonado por Dios es:

Primer Paso - Desligarse completamente del espíritu tradicionalista que la ha caracterizado. ¿Cómo se hace? Admitiendo que prevaricó en términos teológicos, no en términos humanos solamente, sino que en términos teológicos destrozó la verdad.

Segundo Paso - Proclamar con toda voz y aliento que va a depender ahora del humilde Maestro de Galilea, aceptando Su Evangelio histórico y objetivo, y eliminar todo paganismo y misticismo de su acervo doctrinal.

Pretensiones, tales como: el sistema Papal, el confesionario auricular, la venta de bulas, la inmortalidad del alma, el cambio del día de reposo, la adoración de imágenes, la mariología, la infalibilidad Papal, el concepto del infierno, del purgatorio y del limbo, y otros tantos asuntos de naturaleza dogmática que caprichosamente Roma ha atado, deben ser desechados. Sobre todo, tiene Roma que aceptar la total y absoluta dependencia del creyente en Cristo Jesús para que el Evangelio sea la verdad central que caracterice la institución. Dicho de otro modo, un total rechazo de las causas que ocasionaron su apostasía tendría que ser realizado, y una renovación total en torno a la base de nuestra salvación (Cristo colgado de la cruz) tiene que ser hecha. Habría, pues, que desligarse de los conceptos pasados y proclamar: “Ahora somos otros”, porque mientras se pretenda prevalecer unido a las causas que dieron base a un ensoberbecimiento humano-clerical, como ha sucedido, el “Mea Culpa” no significa nada, sino como antes dije, una pretensión formal para seguir en el camino de la destrucción, lejos del camino de nuestro manso y humilde Señor. Entiendo, siendo quien soy, y a nombre de quien hablo, que ya a ustedes se les hizo tarde; no tienen remedio. Constituyen ustedes la soberbia encarnada, y Jesús jamás mirará hacia ustedes en calidad de institución. Solamente aceptará mi hermano mayor (Jesús) el arrepentimiento individual de sus integrantes, pero nunca les dará Su apoyo como institución, porque esa, vuestra institución, es símbolo del ejército que históricamente ha combatido a nuestro Padre, Jehová de los ejércitos.









DE LAS CASAS LLENAS A LOS TEMPLOS VACIOS..!

Es sabido que en la Iglesia primitiva no había templos. Los cristianos se reunían en las casas, ya que la casa era la estructura base del cristianismo primitivo. Es decir, la Iglesia era la institución que aglutinaba a las “iglesias domésticas” (R. Aguirre). Esta situación duró hasta el s. IV, cuando (a partir de Constantino) se construyeron los primeros templos cristianos. Fue el concilio de Laodicea (del 360 al 370) el que prohibió la celebración de las eucaristías domésticas.


Hasta entonces, o sea durante tres siglos la Iglesia no tuvo templos, es decir, no tuvo espacios sagrados. Porque “lo sagrado”, para la Iglesia de aquellos tiempos, no estaba en determinados edificios o locales concretos, sino que lo sagrado eran “las personas”. Vale la pena explicar esto. Y sacar las debidas consecuencias.

Por lo que cuentan los evangelios, Jesús no levantó ningún templo o capilla. Ni organizó un centro de espiritualidad o una casa de retiros. Jesús fue un laico, que vivió laicamente, como un profeta itinerante. Un profeta, además, que, como sabemos, tuvo serios conflictos con el Templo de Jerusalén y sus sacerdotes.

Hasta que aquello terminó trágicamente en la pasión y en la cruz. Después de la Resurrección y de Pentecostés, el libro de los Hechos cuenta que, cuando mataron al primer martir, Esteban, éste, precisamente cuando lo iban a matar, dijo que “el Altísimo no habita en dificios construidos por hombres” (Hech 7, 48). Y, lo que es más importante, San Pablo afirma con toda claridad que la morada propia de Dios no está construida por manos de hombres (2 Cor 5, 1). Es más, la carta a los hebreos dice de forma terminante que el templo “no hecho por manos de hombres” se instaura a partir de Cristo (Heb 9, 11).

Los primeros cristianos tenían razones muy serias para decir estas cosas. Aquellos cristianos no querían templos. El motivo de este rechazo no era económico (no tenían dinero para tales edificios), ni político (se tenían que ocultar en tiempos de persecuciónes). El motivo por el que rechazaban los templos era teológico.

Porque una de las convicciones más fuertes de la Iglesia de aquellos primeros siglos cristianos era que el templo de los cristianos es la comunidad (1 Cor 3, 16-17; Ef 2, 21) o cada cristiano en particular (1 Cor 6, 19; 2 Cor 6, 16). Lo cual quiere decir, lógicamente, que para los cristianos (los de entonces y los de ahora) no hay más templo que la comunidad misma o cada ser humano en concreto. Es decir, el lugar del encuentro con Dios no es un espacio material (geográfico), sino el espacio humano del encuentro entre las personas. Donde los humanos se encuentran, se comunican, se unen y conviven, ahí es donde se encuentra a Dios.

Esta manera de pensar, tan revolucionaria, duró algún tiempo, no mucho. Sólo aguantó tres siglos. A partir del momento en que la Iglesia se vio con poder, expresó ese poder (entre otras cosas) en los edificios, es decir, levantando iglesias, templos, basílicas y capillas. Con lo cual se conseguían varias cosas: 1) A Dios se le encerraba en el templo, que podía ser grandioso, señal de que quien estaba allí era el Todopoderoso, pero ya no era el Dios humanizado, al que se le encuentra entre los humanos y humanizándose. Una cosa que ha sido fatal.

Porque así los cristianos descargamos las conciencias acudiendo un rato al templo, mientras que en la calle, en la casa, en el trabajo…, nos portamos como si Dios no existiese. El respeto se guarda en el templo, lo que hace más tolerables las frecuentes faltas de respeto que cometemos en la convivencia a todas horas y en todas partes. Nos espanta la profanación de un templo. Y no nos impresiona las constantes profanaciones de toda clase de personas que cometemos, incluso con la conciencia tranquila del que hace “lo que tiene que hacer”.

2) Es más fácil construir un templo que construir una comunidad. Se maneja mejor el ladrillo que la convivencia. Y así nos encontramos ahora con muchos templos y tan pocas comunidades. Enseñamos monumentos, pero no podemos enseñar grupos humanos que se quieren y en los que no hay secretos que ocultar.

3) Los templos suelen dar un buen rendimiento económico. Cosa que se sabe desde que se empezaron a levantar templos. Uno de los favores que Constantino le hizo a la Iglesia fue la concesión de recibir herencias y legados, cosa de la que da cuenta el Código de Teodosio (CTh. 16. 2. 4 = CJ 1.2.1, del 321). Así se abrió la puerta al enriquecimiento de la Iglesia mediante las enormes donaciones de la gente rica, que dejaba sus bienes al templo y así se moría en paz, tal como lo explica el reciente y magnífico estudio del Prof. Ennio Cortese, en su estudio sobre las grandes líneas de la Historia Jurídica Medieval (Roma, 2008).

Uno de los muchos problemas que la Iglesia tiene que afrontar es éste: ¿Creemos en el Dios que hemos encerrado en los templos o creemos en el Dios que está en cada ser humano? He aquí dos modelos de Iglesia, que desencadenan dos formas de entender el cristianismo y la fe en Jesús el Señor.