Un Análisis Bíblico de la Figura Papal
El Señor Jesús vino a este mundo para humillarse y así pagar por nuestros pecados (véase Filipenses 2:1-11 para poder entender esta aseveración). Dijo Cristo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas la potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor. [...] como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mt. 20:25-26 y 28). Ello implica que el verdadero discípulo tendrá que seguir ese mismo proceso de humillación-exaltación, pues escrito está que: “...cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc. 18:14). Es, pues, necesario que en este siglo nos humillemos para que en el siglo venidero seamos exaltados con Cristo. Obviamente, el mal llamado “Santo Padre” altera ese orden enalteciéndose en este siglo, razón por la cual será humillado en el siglo venidero, conforme a la declaración hecha por Jesús. Siendo que el Papa no está pasando por ese proceso de humillación ahora en este siglo presente, y más bien está siendo exaltado por el mundo, a tal punto que se le llama “el Santo Padre”, “Príncipe de la Iglesia”, “Sumo Pontífice”, etc., hemos de concluir que no anda tras las pisadas de aquel que dijo: “El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su Señor...” (Mt. 10:24). Hagamos una breve comparación de Cristo y el Papa y veremos que son polos opuestos. Veamos:
1) Cristo, pobre _ el Papa, opulente.
2) Cristo, sin posición social _ el Papa, exaltado como príncipe de este mundo.
3) Cristo, totalmente accesible _ el Papa totalmente inaccesible.
4) Cristo, dependía para todo de Dios _ el Papa, de la Guardia Suiza, y el papamóvil.
5) Cristo, siempre entre los pobres _ el Papa con los reyes y los ricos de este mundo
6) Cristo, siempre rechazado y perseguido _ el Papa, aclamado y amamantado.
7) Cristo apolítico _ el Papa, el más grande político.
Sin lugar a dudas que el Papa no cumple con este fundamental requisito de humillación-exaltación, por lo tanto, no es un legítimo y fiel seguidor del Maestro. Eso lo constituye en un falso representante de Cristo, más aún, en un anticristo.
Roma Reclama que el Apóstol Pedro fue dis que el Primer Papa
El vaticano señala que cuando Cristo dijo: “Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia...” se está colocando a Pedro como el primer Papa. Analicemos la siguiente lectura: “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt. 16:13-19). No es necesario que seamos intelectuales ni altamente preparados para darnos cuenta, por el contexto, que Cristo no se refiere a Pedro propiamente como la roca sobre la cual se sostendría la Iglesia, sino a la declaración que este hace señalándole a Él (a Cristo) como el enviado Hijo de Dios y Salvador de los hombres. De Cristo haberse referido a Pedro como la roca o el fundamento de la Iglesia, hubiese dicho: “sobre esa roca edificaré mi iglesia” y no “sobre esta roca”. Si la Iglesia hubiese estado fundamentada sobre Pedro, esta se habría desmoronado cuando Pedro negó a su Maestro tres veces (véase Mateo 26:69-75). Pablo señala que Cristo (y no Pedro) es el fundamento de la Iglesia; veamos: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co. 3:11). Cuando Cristo le señala tres veces a Pedro que apaciente Sus ovejas, lo que hace es confirmándolo como uno de los apóstoles, ya que Pedro le había negado (también tres veces); razón esta por la cual Pedro se entristece; veamos: “Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Jn. 21:17). ¡Clarísimo! No puede verse de otra manera. Es evidente que Cristo lo que hizo fue recordarle su negación. Si lo estuviera nombrando Papa lo menos que haría Pedro sería entristecerse. Por consiguiente, la expresión antes mencionada: “a ti daré las llaves del reino de los cielos” que Cristo pronunció al dirigirse a Pedro, es, sin lugar a dudas, de carácter representativo, pues en otra escritura de Mateo, específicamente en el capítulo 18 y versículo 18, Cristo, dirigiéndose a todos los discípulos, les dice: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desataréis en la tierra, será desatado en el cielo.” Es evidente, pues, que si ellos ataban y desataban, lo hacían porque también tenían las llaves para hacerlo.
Es necesario que entendamos que las llaves son un mero símbolo de la autoridad que le es conferida al ministerio verdadero, constituido por aquellos a quienes Dios les ha revelado la verdad del Evangelio. Cristo, lo que realmente hizo con Pedro fue confirmar lo que ya había hecho el Padre, a saber: haberle revelado la verdad del Evangelio, que es Cristo mismo. Por eso el Señor dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” [entiéndase que no se lo reveló ningún hombre, sino el Espíritu Santo] (Mt. 16:17). Por consiguiente, aquellos a quienes les es revelado el Evangelio Eterno, le son conferidas las llaves para atar y desatar. Hemos de recordar que Dios no confiere dones a los hombres para que estos se ensoberbezcan y entronicen, sino para que cumplan con los propósitos de Dios de edificar la Iglesia que habrá de prevalecer por el Evangelio (véase Primera de Corintios 15:1-2).
De Pedro haber sido nombrado “Papa” o jerarca de la Iglesia, el apóstol Pablo lo hubiese sabido, y sería imperdonable que cuando enumera en Efesios los dones ministeriales que Cristo otorgó a la Iglesia pase por alto el primer y más alto rango ministerial que sería el de Papa; leamos: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef. 4:11-12). Claro, ¿verdad? Y, más aún, de existir dicho nombramiento o posición, Pedro mismo hubiese estado enterado de su selección y no hubiese tolerado que Pablo, el más pequeño de los apóstoles, como él mismo declara, le llamase “hipócrita”, como lo llamó. Pablo dice que le resistió a Pedro cara a cara porque este (Pedro) enseñaba la circuncisión, negando así la verdad del Evangelio, por lo cual era de condenar (véase Gálatas 2:11-16 al respecto). El mismo apóstol Pedro dice: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo...” (1 P. 5:1). Nótese cómo el apóstol se coloca a un mismo nivel que los demás y señala que lo que lo hace distinto no es un primado, sino el hecho de que fue testigo ocular de los padecimientos de Cristo.
Es obvio que a la luz de la Escritura la Iglesia primitiva no era regida por Pedro, sino por el Concilio de Jerusalén. (Véase Hechos 15:1-4) para que confirméis esta aseveración.)
No hay lugar a dudas, el reclamo de Roma de que Pedro fue el primer Papa no tiene fundamento bíblico alguno. Por lo tanto, están señalando un falso hecho, y eso los constituye en falsos representantes de Cristo; el Papa, el primero entre ellos.
El Papa Debería estar Predicando el Evangelio Eterno,
Cumpliendo así la Comisión Dada a la Iglesia:
El Señor Jesús vino a este mundo para humillarse y así pagar por nuestros pecados (véase Filipenses 2:1-11 para poder entender esta aseveración). Dijo Cristo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas la potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor. [...] como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mt. 20:25-26 y 28). Ello implica que el verdadero discípulo tendrá que seguir ese mismo proceso de humillación-exaltación, pues escrito está que: “...cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc. 18:14). Es, pues, necesario que en este siglo nos humillemos para que en el siglo venidero seamos exaltados con Cristo. Obviamente, el mal llamado “Santo Padre” altera ese orden enalteciéndose en este siglo, razón por la cual será humillado en el siglo venidero, conforme a la declaración hecha por Jesús. Siendo que el Papa no está pasando por ese proceso de humillación ahora en este siglo presente, y más bien está siendo exaltado por el mundo, a tal punto que se le llama “el Santo Padre”, “Príncipe de la Iglesia”, “Sumo Pontífice”, etc., hemos de concluir que no anda tras las pisadas de aquel que dijo: “El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su Señor...” (Mt. 10:24). Hagamos una breve comparación de Cristo y el Papa y veremos que son polos opuestos. Veamos:
1) Cristo, pobre _ el Papa, opulente.
2) Cristo, sin posición social _ el Papa, exaltado como príncipe de este mundo.
3) Cristo, totalmente accesible _ el Papa totalmente inaccesible.
4) Cristo, dependía para todo de Dios _ el Papa, de la Guardia Suiza, y el papamóvil.
5) Cristo, siempre entre los pobres _ el Papa con los reyes y los ricos de este mundo
6) Cristo, siempre rechazado y perseguido _ el Papa, aclamado y amamantado.
7) Cristo apolítico _ el Papa, el más grande político.
Sin lugar a dudas que el Papa no cumple con este fundamental requisito de humillación-exaltación, por lo tanto, no es un legítimo y fiel seguidor del Maestro. Eso lo constituye en un falso representante de Cristo, más aún, en un anticristo.
Roma Reclama que el Apóstol Pedro fue dis que el Primer Papa
El vaticano señala que cuando Cristo dijo: “Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia...” se está colocando a Pedro como el primer Papa. Analicemos la siguiente lectura: “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt. 16:13-19). No es necesario que seamos intelectuales ni altamente preparados para darnos cuenta, por el contexto, que Cristo no se refiere a Pedro propiamente como la roca sobre la cual se sostendría la Iglesia, sino a la declaración que este hace señalándole a Él (a Cristo) como el enviado Hijo de Dios y Salvador de los hombres. De Cristo haberse referido a Pedro como la roca o el fundamento de la Iglesia, hubiese dicho: “sobre esa roca edificaré mi iglesia” y no “sobre esta roca”. Si la Iglesia hubiese estado fundamentada sobre Pedro, esta se habría desmoronado cuando Pedro negó a su Maestro tres veces (véase Mateo 26:69-75). Pablo señala que Cristo (y no Pedro) es el fundamento de la Iglesia; veamos: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co. 3:11). Cuando Cristo le señala tres veces a Pedro que apaciente Sus ovejas, lo que hace es confirmándolo como uno de los apóstoles, ya que Pedro le había negado (también tres veces); razón esta por la cual Pedro se entristece; veamos: “Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Jn. 21:17). ¡Clarísimo! No puede verse de otra manera. Es evidente que Cristo lo que hizo fue recordarle su negación. Si lo estuviera nombrando Papa lo menos que haría Pedro sería entristecerse. Por consiguiente, la expresión antes mencionada: “a ti daré las llaves del reino de los cielos” que Cristo pronunció al dirigirse a Pedro, es, sin lugar a dudas, de carácter representativo, pues en otra escritura de Mateo, específicamente en el capítulo 18 y versículo 18, Cristo, dirigiéndose a todos los discípulos, les dice: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desataréis en la tierra, será desatado en el cielo.” Es evidente, pues, que si ellos ataban y desataban, lo hacían porque también tenían las llaves para hacerlo.
Es necesario que entendamos que las llaves son un mero símbolo de la autoridad que le es conferida al ministerio verdadero, constituido por aquellos a quienes Dios les ha revelado la verdad del Evangelio. Cristo, lo que realmente hizo con Pedro fue confirmar lo que ya había hecho el Padre, a saber: haberle revelado la verdad del Evangelio, que es Cristo mismo. Por eso el Señor dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” [entiéndase que no se lo reveló ningún hombre, sino el Espíritu Santo] (Mt. 16:17). Por consiguiente, aquellos a quienes les es revelado el Evangelio Eterno, le son conferidas las llaves para atar y desatar. Hemos de recordar que Dios no confiere dones a los hombres para que estos se ensoberbezcan y entronicen, sino para que cumplan con los propósitos de Dios de edificar la Iglesia que habrá de prevalecer por el Evangelio (véase Primera de Corintios 15:1-2).
De Pedro haber sido nombrado “Papa” o jerarca de la Iglesia, el apóstol Pablo lo hubiese sabido, y sería imperdonable que cuando enumera en Efesios los dones ministeriales que Cristo otorgó a la Iglesia pase por alto el primer y más alto rango ministerial que sería el de Papa; leamos: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef. 4:11-12). Claro, ¿verdad? Y, más aún, de existir dicho nombramiento o posición, Pedro mismo hubiese estado enterado de su selección y no hubiese tolerado que Pablo, el más pequeño de los apóstoles, como él mismo declara, le llamase “hipócrita”, como lo llamó. Pablo dice que le resistió a Pedro cara a cara porque este (Pedro) enseñaba la circuncisión, negando así la verdad del Evangelio, por lo cual era de condenar (véase Gálatas 2:11-16 al respecto). El mismo apóstol Pedro dice: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo...” (1 P. 5:1). Nótese cómo el apóstol se coloca a un mismo nivel que los demás y señala que lo que lo hace distinto no es un primado, sino el hecho de que fue testigo ocular de los padecimientos de Cristo.
Es obvio que a la luz de la Escritura la Iglesia primitiva no era regida por Pedro, sino por el Concilio de Jerusalén. (Véase Hechos 15:1-4) para que confirméis esta aseveración.)
No hay lugar a dudas, el reclamo de Roma de que Pedro fue el primer Papa no tiene fundamento bíblico alguno. Por lo tanto, están señalando un falso hecho, y eso los constituye en falsos representantes de Cristo; el Papa, el primero entre ellos.
El Papa Debería estar Predicando el Evangelio Eterno,
Cumpliendo así la Comisión Dada a la Iglesia: